Tres Mujeres - Sylvia Palth
TRES MUJERES
Poema para tres voces
Lugar: Una sala de maternidad y alrededores
PRIMERA VOZ:
Soy lenta como el mundo. Soy muy paciente,
giro en mi tiempo, los soles y estrellas
me miran con atención.
La preocupación de la luna es más personal:
ella pasa y vuelve a pasar, luminosa como una enfermera.
¿Está apenada por lo que va a suceder? No creo.
Simplemente la fertilidad la deja asombrada.
Cuando salgo, soy un gran acontecimiento.
No necesito pensar, ni siquiera ensayar.
Lo que sucede adentro mío va a suceder sin llamar la atención.
El faisán está parado en la colina
arreglando sus plumas marrones.
No puedo evitar sonreír por lo que sé.
Hojas y pétalos me asisten. Estoy lista.
SEGUNDA VOZ:
Cuando vi por primera vez el pequeño goteo rojo, no lo pude creer.
Vi a los hombres pasar al lado mío en la oficina. ¡Eran tan chatos!
Había algo en ellos como de cartón, y ahora entendía
esa chata, chata monotonía de donde las ideas, destrucciones,
topadoras, guillotinas, cuartos blancos donde se chilla, procedían
y procedían sin fin – y los ángeles blancos, las abstracciones.
Me senté en mi escritorio, con las medias puestas, los tacos altos,
y el hombre para quien trabajo se rió: “¿Viste algo terrible?
De pronto estás toda pálida”. Y no contesté nada.
Vi a la muerte en los árboles pelados, una privación.
No lo podía creer. ¿Es tan difícil
para el espíritu concebir una cara, una boca?
Las cartas vienen de esas llaves negras y las llaves negras vienen
de mis dedos alfabéticos, ordenando partes,
partes, pedacitos, empleaditos, los brillantes múltiplos.
Muero mientras estoy sentada. Pierdo una dimensión.
Los trenes rugen en mis oídos, ¡partidas, partidas!
La huella plateada del tiempo se vacía en la distancia,
el cielo blanco se vacía de promesas como una taza.
Éstos son mis pies, estos ecos mecánicos.
Tap, tap, tap, se identifica el acero. Me encuentro esperando.
Ésta es una enfermedad que llevo a casa, es una muerte.
Repito: es una muerte. ¿Es el aire,
las partículas de destrucción lo que absorbo? ¿Soy un pulso
que declina y declina, mirando al ángel frío?
¿Es éste mi amante entonces? ¿Esta muerte, esta muerte?
De chica amé un nombre comido por los hongos.
¿Es éste el único pecado, este viejo y muerto amor por la muerte?
TERCERA VOZ:
Recuerdo el minuto cuando lo supe con certeza.
Los sauces daban miedo,
la cara en la laguna era hermosa pero no era mía –
tenía una mirada significativa, como todo lo demás,
y todo lo que podía ver eran peligros: palomas y palabras,
estrellas y lluvias de oro – ¡concepciones, concepciones!
Recuerdo una blanca y fría ala
y al gran cisne con su mirada terrible
viniendo hacia mí, como un castillo, desde la cima del río.
Hay una serpiente en los cisnes.
Se deslizaba; su ojo tenía un significado negro.
Vi al mundo en él – chico, malvado y negro,
cada palabrita enganchada a cada palabrita, los actos a los actos.
Un día azul caluroso había florecido en alguna cosa.
Yo no estaba lista. Las nubes blancas juntándose
a un costado me estaban arrastrando en cuatro direcciones.
No estaba lista.
No había admiración por mi parte.
Pensé que podía negar la consecuencia –
pero era muy tarde para eso. Era muy tarde y la cara
siguió cambiando de forma con amor, como si yo estuviera lista.
SEGUNDA VOZ:
Es un mundo de nieve ahora. No estoy en casa.
Qué blancas son estas sábanas. Las caras no tienen rasgos.
Están desnudas, imposibles, como las caras de mis hijos,
esos pequeñuelos enfermos que esquivan mis brazos.
Los otros niños no me tocan: son terribles.
Tienen demasiados colores, demasiada vida. No están quietos,
quietos, como los pequeños vacíos que llevo dentro.
Tuve mis oportunidades. Intenté e intenté.
Tomé la vida y me la cosí como un órgano raro
y caminé con cuidado, precariamente, como algo raro.
Traté de no pensar demasiado. Traté de ser natural.
Traté de ser ciega en el amor, como otras mujeres,
ciega en mi cama, con mi dulce ciego amor, sin buscar
con la mirada, a través de la densa oscuridad, la cara de otro.
No miré. Pero la cara estaba ahí todavía,
la cara del nonato que amaba sus perfecciones,
la cara del muerto que sólo podía ser perfecta
en su tranquila paz, sólo así podía seguir siendo sagrado.
Y luego hubo otras caras. Las caras de las naciones,
gobiernos, parlamentos, sociedades,
las caras sin cara de los hombres importantes.
Son estos hombres por los que me preocupo:
¡se ponen celosos por cualquier cosa que no sea chata! Son dioses celosos
que tendrían el mundo entero achatado con sólo ser.
Veo al Padre conversar con el Hijo.
Semejante chatura no podría sino ser sagrada.
“Hagamos un cielo”, dicen.
“Achatemos y lavemos lo vulgar de estas almas”.
PRIMERA VOZ:
Estoy tranquila. Estoy tranquila. Es la calma previa a algo horrible:
el minuto amarillo antes de que el viento camine, cuando las hojas
dan vuelta sus manos pálidas. Está todo tan tranquilo acá.
Las sábanas, las caras son blancas y parecen relojes parados.
Hay voces que se quedan atrás y se aplanan. Sus visibles jeroglíficos
se aplanan como pergaminos para mantener lejos al viento.
¡Pintan semejantes secretos en árabe, en chino!
Estoy atontada y marrón. Soy una semilla a punto de estallar.
Lo marrón es mi yo muerto, y es hosco:
no quiere ser más o diferente.
El atardecer me encapucha de azul ahora, como a una María.
¡Oh, color de la distancia y el olvido!-
¿Cuándo va a suceder el segundo en que el Tiempo se quiebre
y la eternidad lo envuelva y yo me ahogue del todo?
Hablo conmigo misma, sólo conmigo, que estoy alejada –
Higienizada y estridente por los desinfectantes, sacrificial.
La espera pesa mucho en mis párpados. Se apoya como el sueño,
como una gran mar. Lejos, lejísimo, siento la primera ola arrastrar
su carga de agonía hacia mí, inevitable, marítima.
Y yo, una conchilla haciendo eco en esta playa blanca,
encaro las voces que me abruman, los terribles elementos.
TERCERA VOZ:
Ahora soy una montaña entre mujeres montañosas.
Los doctores se mueven entre nosotras como si nuestro tamaño
asustara a la mente. Sonríen como imbéciles.
A ellos hay que culpar por lo que soy, y lo saben.
Abrazan su propia monotonía como a una clase de salud.
¿Y qué si se vieran sorprendidos, como me pasó a mí?
Se volverían locos.
¿Y qué si dos vidas gotearan entre mis piernas?
Yo vi la blanca, pulcra habitación con sus instrumentos.
Es un lugar de chillidos. No es alegre.
“Acá vas a venir cuando estés lista”.
Las luces de la noche son rojas lunas chatas. Se aburren de la sangre.
No estoy preparada para que algo suceda.
Debería haber asesinado esto que me asesina.
PRIMERA VOZ:
No hay milagro más cruel que éste.
Me llevan arrastrada los caballos, las pezuñas de acero.
Yo duro. Duro hasta el final. Logro hacer un trabajo.
Un túnel oscuro por donde precipitan las visitas,
las visitas, las manifestaciones, las caras alarmadas.
Soy el centro de una atrocidad.
¿Qué dolores, qué llantos estaré cuidando amorosamente?
¿Puede una inocencia semejante matar y matar? Ordeña mi vida.
Los árboles se marchitan en la calle. La lluvia es corrosiva.
La pruebo con mi lengua, también los horrores maleables,
los horrores inactivos y ociosos, las madrinas despreciadas
con sus corazones que hacen tic tac, con sus bolsos con instrumentos.
Voy a ser una pared y un techo, protectora.
Voy a ser un cielo y una colina de bondad: ¡Déjenme serlo!
Un poder crece en mí, una vieja tenacidad.
Me estoy deshaciendo como el mundo. Hay esta negrura,
esta memoria de lo negro. Doblo mis manos sobre una montaña.
El aire es pesado. Está cargado con este trabajo.
Estoy usada. Machacada por el uso.
Mis ojos están exprimidos por esta negrura.
No veo nada.
SEGUNDA VOZ:
Me acusan. Sueño con masacres.
Soy un jardín de negras y rojas agonías. Las bebo,
odiándome, odiando y temiendo. Y ahora el mundo concibe
su fin y va hacia él con las armas del amor en alto.
Es un amor a la muerte que lo enferma todo.
Un sol muerto mancha los diarios. Es rojo.
Pierdo una vida detrás de otra. La negra tierra las bebe.
Ella es el vampiro de todos nosotros. Así nos sostiene,
nos achata, es amable. Su boca es roja.
La conozco. La conozco íntimamente—
vieja cara de invierno, vieja y estéril, vieja bomba de tiempo.
Los hombres la usaron con maldad. Los va a comer.
Comerlos, comerlos, finalmente comerlos.
El sol ya bajó. Muero. Hago una muerte.
PRIMERA VOZ:
¿Quién es él, este chico azul y furioso,
brillante y extraño como si hubiera caído de una estrella?
¡Mira con tanto enojo!
Voló hasta el cuarto, un chillido en sus talones.
El color azul palidece. Es humano después de todo.
Un loto rojo se abre en su taza de sangre;
me están cosiendo con hilo de seda, como si fuera un material.
¿Qué hicieron mis dedos antes de tomarlo?
¿Qué hizo mi corazón con su amor?
Nunca vi algo con tanta claridad.
Sus párpados son como las lilas
y suave como una polilla su aliento.
No voy a soltarlo.
No hay malicia ni perversión en él. Que siga a sí.
SEGUNDA VOZ:
La luna está en la ventana. Terminó.
¡Cómo el invierno llena mi alma! Y esa luz color tiza
Recostando sus escalas en las ventanas, las ventanas de oficinas vacías,
escuelas vacías, iglesias vacías. ¡Oh, tanto vacío!
Hay este cese. Este terrible abandono de todas las cosas.
Estos cuerpos apilados alrededor mío, estos cuerpos que hibernan—
¿Qué rayo azul de la luna congela sus sueños?
Siento que entra en mí, frío, extraño, como un instrumento.
Y esa enloquecida y dura cara al final del mismo, esa boca en O
abierta de par en par por el perpetuo dolor.
Es ella la que arrastra el mar negro-sangre
mes a mes con sus voces de derrota.
Estoy inerme como el mar hacia el final de su cuerda.
Estoy inquieta. Inquieta e inútil. Yo también creo cadáveres.
Voy a mudarme al norte. Voy a mudarme a una larga negrura.
Me veo como a una sombra, ni hombre ni mujer,
ni una mujer contenta de ser como un hombre, ni un hombre
descortés y suficientemente chato para no sentir la carencia. Siento la falta.
Estiro los dedos hacia arriba, diez estacas blancas.
Mirá, la oscuridad gotea desde las grietas.
No la puedo contener. No puedo contener mi vida.
Voy a ser la heroína periférica.
No voy a ser acusada un broche aislado,
por agujeros en el talón de las medias, las pálidas caras silentes
de las cartas no respondidas, sepultadas en cajones.
No voy a ser acusada, no voy a ser acusada.
El reloj no va a encontrarme deseando, tampoco las estrellas
que se fijan en su lugar, en un abismo y en otro.
TERCERA VOZ:
La veo en mis sueños, mi roja, terrible niña.
Llora a través del vidrio que nos separa.
Está llorando, y está furiosa.
Sus llantos son ganchos que muerden y rechinan como felinos.
Con esos ganchos ella trepa hasta que me entere.
Está llorándole a la oscuridad o a las estrellas
que a semejante distancia nuestra brillan y giran.
Creo que su pequeña cabeza está tallada en madera,
roja, de madera maciza, con los ojos cerrados y la boca bien abierta.
Y de la boca abierta salen gritos agudos
que arañan mi sueño como flechas,
que arañan mi sueño, y entran por mi costado.
Mi hija no tiene dientes. Su boca es ancha.
Pronuncia tan oscuros sonidos que no puede ser buena.
PRIMERA VOZ:
¿Qué cosa, quién nos arroja estas almas inocentes?
Miren, están exhaustas, consumidas
en sus cunas de lona, con sus nombres atados en las muñecas,
pequeños trofeos de plata por los que vinieron desde tan lejos.
Hay algunos con pelo negro y duro, otros son pelados.
El color de su piel es rosado o amarillento, marrón o rojo;
están empezando a recordar sus diferencias.
Creo que están hechos de agua; no tienen expresión.
Sus rasgos duermen como la luz en el agua quieta.
Son los verdaderos monjes y monjas en sus idénticos atuendos.
Los veo cayendo derramados como estrellas en el mundo—
en India, África, América, a estos milagros,
estas puras, pequeñas imágenes. Tienen olor a leche.
Las plantas de sus pies están intactas. Son caminantes de aire.
¿Puede ser tan abundante la nada?
Acá está mi hijo.
Tiene los ojos de ese azul general, chato.
Gira y me mira como una pequeña, ciega, radiante planta.
Un llanto. Es el gancho. Resisto.
Soy una colina cálida.
SEGUNDA VOZ:
No soy fea. Es más, soy hermosa.
El espejo devuelve una mujer sin deformaciones.
Las enfermeras me devuelven la ropa y una identidad.
Es común, dicen, que algo así suceda.
Es común en mi vida, y en la de las otras.
Una cada cinco, eso soy, algo así. No estoy desesperanzada.
Soy hermosa como una estadística. Acá está mi rouge.
Dibujo sobre la vieja boca.
La roja boca que abandoné junto a mi identidad
un día atrás, dos días, tres días atrás. Fue un viernes.
Ni siquiera necesito un día libre, puedo ir hoy mismo a trabajar.
Puedo amar a mi marido, que va a ser comprensivo.
Que va a amarme a través del vidrio empañado de mi deformidad
como si no hubiera perdido un ojo, una pierna, la lengua.
Y así estoy, un poco encandilada. Entonces me alejo
caminando en ruedas en vez de piernas, que igual sirven.
Y aprendo a hablar con los dedos, no con la lengua.
El cuerpo es habilidoso.
El cuerpo de una estrella de mar puede volver a hacer crecer sus brazos
y hay anfibios que son pródigos en piernas. Que yo pueda ser
tan pródiga en todo lo que me falta.
TERCERA VOZ:
Ella es una isla pequeña, dormida y en paz
y yo soy una barca blanca diciendo 'Chau, chau', con la sirena.
El día es abrasador. Es muy triste.
Las flores en este cuarto son rojas, tropicales.
Vivieron detrás de un vidrio toda su vida, fueron cuidadas con ternura.
Ahora enfrentan un invierno de blancas sábanas, blancas caras.
Hay muy poco que poner en mi valija.
Está la ropa de una mujer gorda que no conozco.
Está mi peine y mi cepillo. Está este vacío.
De pronto soy tan vulnerable.
Soy una herida que están dejando que se vaya.
Dejo atrás mi salud. Dejo a alguien
que se adheriría a mí: suelto sus dedos como vendas: me voy.
SEGUNDA VOZ:
Soy yo de nuevo. No hay cabos sueltos.
Me desangré blanca como la cera, nada me sujeta.
Estoy chata y soy virginal, lo que significa que nada sucedió,
nada que no pueda ser borrado, arrancado y descartado, vuelto a comenzar.
Estas ramitas negras no piensan florecer,
ni estas secas, secas alcantarillas sueñan con la lluvia.
Esta mujer con la que me encuentro en las ventanas—es prolija.
Tan prolija que es transparente como un espíritu.
Con qué timidez superpone su prolijo ser
en el infierno de las naranjas africanas, los cerdos colgados de las patas.
Deja que la realidad decida por ella.
Soy yo. Soy yo –
probando la amargura entre los dientes.
La incalculable maldad de cada día.
PRIMERA VOZ: ¿Por cuánto tiempo puedo ser una pared que protege del viento?
¿Por cuánto tiempo puedo estar
haciendo del sol algo amable con la sombra de mi mano,
interceptando los azules rayos de una luna fría?
Las voces de la soledad, las voces del llanto
lamen mi espalda inevitablemente.
¿Cómo puede suavizarlas esta pequeña canción de cuna?
¿Por cuánto tiempo puedo ser una muralla alrededor de mi verde propiedad?
¿Por cuánto tiempo pueden mis manos
ser un vendaje para sus heridas, y mis palabras
pájaros brillantes en el cielo, consolando, consolando?
Es una cosa terrible
ser tan abierta: es como si mi corazón
se pusiera un rostro y entrara caminando al mundo.
TERCERA VOZ:
Hoy mis compañeros están borrachos con la primavera.
Mi vestido negro es un poco fúnebre.
Muestra que estoy seria.
Los libros los llevo apretados en el costado.
Una vez tuve una vieja herida pero está cicatrizando.
Soñé con una isla, roja de llantos.
Fue un sueño y no significó nada.
PRIMERA VOZ:
Flores en el gran olmo afuera de la casa.
Los vencejos están de vuelta. Chillan como aviones de papel.
Oigo el sonido de las horas
extenderse y morir en los setos. Oigo a las vacas mugir.
Los colores vuelven a cargarse y el húmedo
techo de paja humea al sol.
Los narcisos abren rostros blancos en el huerto.
Vuelvo a estar tranquila. Vuelvo a estar tranquila.
Estos son los colores claros y brillosos de la sala de maternidad,
los patitos de juguete, los corderos felices.
Vuelvo a ser sencilla. Creo en los milagros.
No creo en esos chicos terribles
que dañan mis sueños con sus ojos blancos, sus manos sin dedos.
No son míos. No me pertenecen.
Voy a meditar sobre la normalidad.
Voy a meditar acerca de mi pequeño hijo.
No camina. No habla una palabra.
Está envuelto en vendas blancas.
Pero es rosado y perfecto. Sonríe tan a menudo.
Empapelé su cuarto con grandes rosas,
pinté corazoncitos por todos lados.
No deseo que sea excepcional.
Es la excepción lo que le interesa al demonio.
Es la excepción la que trepa la tristísima colina
o se sienta en el desierto a lastimar el corazón de su madre.
Quiero que sea común,
que me ame como yo lo amo
y que se case con quien quiera y donde quiera.
TERCERA VOZ:
Caluroso mediodía en el campo. Las arañas de agua
se achicharran y derriten, y los enamorados
siguen de largo, siguen de largo.
Son negros y chatos como sombras.
¡Es tan hermoso no estar sujeta a nadie!
Soy solitaria como el pasto. ¿De qué me pierdo?
¿Voy a encontrarlo alguna vez, sea lo que sea?
Los cisnes se fueron. Pero todavía el río
recuerda lo blancos que eran.
Se esfuerza por alcanzarlos con sus luces.
Encuentra sus formas en una nube.
¿Cuál es ese pájaro que grita
con semejante dolor en su voz?
Soy joven como nunca, dice. ¿Qué me estoy perdiendo?
SEGUNDA VOZ:
Estoy en casa a la luz del velador. Las tardes se alargan.
Remedo una funda de almohada: mi marido lee.
Con qué belleza la luz incluye estas cosas.
Hay un humo particular en el aire primaveral,
un humo que tiñe los parques, las pequeñas estatuas
de rosado, como si despertara un cariño,
Un cariño que no se agota, algo que cura.
Espero y siento dolor. Creo que me estoy curando.
Hay muchísimo más para hacer. Mis manos
pueden coser el hilo con prolijidad en este material. Mi marido
puede dar vuelta una y otra vez las páginas de un libro.
Y así estamos juntos en casa por horas.
Sólo el tiempo pesa sobre nuestras manos.
Es sólo el tiempo, que no es material.
Las calles pueden convertirse en papel de golpe, pero me recupero
de la larga caída y me despierto en la cama
sana en el colchón, las manos agarradas como para una caída.
Me encuentro otra vez. No soy una sombra
aunque hay una sombra que empieza en mis pies. Soy una esposa.
La ciudad espera y siente dolor. Los pastitos salen de entre las piedras y están verdes de vida.
Sylvia Plath
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1 comentarios:
es tan ruda Plath, tan veraz como un espejo... dolorosamente deliciosa ;-)
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