De filo doble y Luciernagas

lunes, 29 de agosto de 2011


A Guillermo Velázquez y los Leones de la Sierra de Xichú
A mi hermano Cenovio Neria


Donde Dios puso el olvido derramado de tu pueblo,
donde hace valle y el dolor es más que una tonada urgente,
donde la casta pasa de culebra y plumas altas,
donde se viene como en la sangre
-como en reguero de brotes-, un canto andando;
ahí se hace la palabra
de doble filo y luciérnagas en acecho.

Lloramos este abandono,
la oscura letra y los mercantes que volvieron al templo.
Que se abrumen los puestos en la voz de los Ya Xita;
acá sigue pardeando el olvido,
es una andancia para la que no hallamos remedio,
los buenos rezos y el machete en vilo.

Aquí ser pobre se paga muy caro:
es como de sombra,
de nacida y camino.
A plañidos escribimos de la tierra
con aguardo brotamos la señal,
así como columbra la lluvia
más allá del cortafuegos de la historia.

Qué dura es la noticia de todos nuestros años:
arde la patria;
se quema en la nostalgia por un vale de agua.

Somos nosotros Padre,
los que dejaste ir,
los que venimos a buscar en el norte tu mano.

Dicen que acá no se hace de noche,
que hay luz para alumbrar el camino del hijo,
que los nublos andan preñados
y que los ángeles sólo son verdes.

Padre, ¿puedes vernos?
Se nos vino la de malas.
¿En que vereda polvorienta dejaste olvidado mi nombre,
el de mi mujer
y el de la criatura que crece sin padre?
Dime si más allá de este muro voy a encontrarte,
si corriendo en el desierto pagaré todas mis culpas.

Acúsome de tener hambre,
de estar sediento de regresar a casa,
de tener miedo, Señor.

Dejamos allá atrás los cuatro ahogados,
nuestro quimil y muchas lágrimas
que tomó en prenda de peaje el Río Bravo.

No porque la tristeza se reparta entre muchos
nos tocará de a menos.


Pasa de nosotros esta copa,
pero no se haga nuestra voluntad;
que nada más se haga el regreso .

Impuros hasta en el apellido,
conservamos la vergüenza de estar mudos
La lengua de mi madre
todos los días se nos olvida un poco
-y mi madre también se nos olvida-.

Nos cortaron la lengua.
la flor que ya nunca más será doni,
no será blanca ni de San Juan.
No la llevaremos a ofrecer en mayo,
no adornará el altar en los días de fiesta.

Zi doni San Jua,
Zi doni San Jua,
di dongaua.
Da duki, da duki;
di dongaua.

Un hermano está preso en Browsnville;
no le dan tortillas para comer.
No sabe cómo llegó ahí,
ni dónde quedó Maria Santísima.
No se enteró que mi papá cayó en la milpa,
sólo sabe que ya no lo verá morir.

Mi mujer esta huérfana de estas manos,
anda por allá entre los cardones;
trae la boca seca de mis besos,
y no la distingo entre la bruma que me deja el cansancio.
me han dicho que ya no canta;
¿cómo entonces le hará mi niño para dormirse?

Mi criatura es la flor de ya xaxni,
anda sobre la revuelta del Valle
y es amigo del conejo y del señor culebra.
Un recodo de pájaros tiene en su cara,
dos piedritas de río mojadas,
piel de cántaro recién llenado
y media luna de primeros dientes.

Entonces, ¿a que me trajiste acá?
Ándate de urracas y jilgueros,
anuncia de fijo, la memoria viva;
y que se diga país
así cómo se mira con la mirada limpia.

Se nos rompen los ojos
apedreados por tu mano.
Nos hemos dejado caer
como si ese fuera el destino.

Los perros nos olisquean
y miran cómo pasan, en silencio,
todos los difuntos que nos siguen desde la cuna.
La muerte la traemos untada,
nos aguarda en las esquinas con un bolillo en la mano.

Ya no más, Señor.
Quiero ver a mi niño correr por la plaza,
que se le llenen los ojos
del brillo nocturno que hay en la feria.
Que se bañe en el rumor que hacen los grillos,
y si algún día llora,
qué sólo sea para hacer con lágrimas un espejo.

Dada,
Zi Dada,
estoy parado haciendo orilla en un free way;
quiero otra vez despeñarme
entre los brazos de la mujer que escucha mi llamado.
Reniego de la frontera, de esta troka
y del oscuro silencio que se acuna en mi garganta.

Soy yo, Padre,
el que trae el corazón enguishado,
el que no puede mirar si no mira su casa, Señor.

Soy yo, mi Dios, tu hijo el menor;
levántate, otra vez estás borracho.


Venancio Neria




Del Libro "La tristeza de papá Sabino". Gracias Venancio por las charlas.

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